lunes, 8 de noviembre de 2010

Canto enrojecido para Granada

La triste Andalucía y los palacios de los muslimes
con sus tristes avenidas
ya no son lo mismo.

Sé muere la tarde a lo lejos del San Nicolás,
por ahí están las callejuelas estrechas en las que se me perdió el alma
y es que aún me susurran algunas persianas abiertas
¡que vuelva! ¡que vuelva!

Tu manto de panderos y palmas
me hizo llorar un sueño, Granada.

Ruego a tu puerta de oro,
quiero subir por los cerros hasta el vetusto sol,
quiero perderme una noche en la Alhambra,
morir con una de tus mujeres en los jardines rojos del Generalife
y caer por los siglos eternos
ahogado con las simetrías de tus murallas.

Hay fuego, hay fuego en las bocas de los que pasan,
hay oro en las manos de Colón
coqueteando con la reina en la gran avenida,
miles de ritos paganos
-Cristo es un gitano sin rumbo
que ha venido cantado penas hasta llegar a España-

Me estoy desvelando cada noche
con una guitarra yerta que me hace vibrar los ojos.
Yo soy el fantasma que se quedó caminando
por las solitarias calles de los bares y los kebabs.

Donde haya canto en Granada,
ahí quiero morirme y dejar la tierra,
que yo no sabré morir hasta que vuelva.

domingo, 10 de octubre de 2010

No, no es pena, pues no estoy dentro de mí, ni yo ni ella. Aunque cuando yo entre, le abriré la puerta...

viernes, 18 de junio de 2010

Ese pavor lingüístico

Abuelo tengo temor
cuando escucho tu boca polisémica derramando letras.
Abuelo, tengo sueños determinantes de una agonía esdrújula
con un acento crítico que me está matando, definiendo.

Abuelo, veo tu frente yuxtapuesta que alborota
y conmuta los antiguos pleremas muertos;
y me dan tanto miedo esos rasgos sonoros.
Y espanto los celos que conjugan libremente con tus ojos,
abuelo, sin norma ni sistema.

¡Ay de los que no saben gramática, abuelo!
pobre de los que no saben escribir un poema
sin llorar sustantivos arcaizantes.

Me causan miedo los adjetivos que repito y repito
frente a una cama oblicua,
me duele tanto dejar obsoleta tu artesanía de maquinista subversivo,
abuelo inconmutable.

No quiero vagar en un mundo cenemático,
abuelo del verbo eterno,
no quiero dejar las categorías de tu número infinito,
de tu género profundamente humano,
de la persona pluralizada e indivisible,
demasiado compleja para una hipotaxis de la escoria,
de la miseria glosemática,
de la misma mierda coordinante y sofocada,

Querido abuelo catalizado,
trato cierto tejido sin preposición alguna para nombrarte entero,
sin el modo imperativo de esa irregular revolución de tu tiempo.