jueves, 29 de octubre de 2015

Aunque parecían iguales

Aunque parecían iguales,
uno de sus pechos traía todo el sol del Caribe
y el otro abría inviernos, muerte o tempestades.


Aunque parecían iguales,
su mano izquierda se fertilizaba con el vapor de mi boca
y la derecha se engarruñaba lejos de la cama.


El tobillo que tenía pintado
se arqueaba con los estertores del amor
y el otro nunca mudaba su tersura indiferente.


Sobre uno de sus hombros caía
el soslayo de su mirada distante,
pero el otro hombro iba tallado por mis dientes.


Aunque parecían iguales,
tenía una rodilla de piedra para dormir sola
y otra de cacao que despertaba bajo mi mano.
Cuando uno de sus ojos era un espejo empañado,
sus piernas se replegaban hasta el olvido.
Pero se escurrían por la humedad de mis deseos
si se le antojaba guiñar su ojo de fuego.


Había dos partes en su cara
aunque realmente parecían iguales.
Su oreja izquierda se electrificaba noches enteras con poesía;
y para sacar cuentas o hablar de política, tenía la oreja derecha.

Una esquina de su boca construía muros y sillas,

la otra se levantaba desconociendo las premisas
para darle libertad a esta y cualquier historia.

Aunque parecían iguales,

había dos cuerpos agonizantes,
dos mentiras y dos verdades,
una almohada contra su cara
y toda la piel bajo sus dedos ardientes
acompañando el paroxismo de los últimos segundos.


Aunque parecían iguales,
dibujó un horizonte lleno de frutas tropicales
alumbrado por un sol parpadeante.
Quizás dejó al mar mezclando algunos colores,
aunque todavía me parezcan iguales.