lunes, 21 de enero de 2008

Remedios Caseros

Ayer me pareció caminar entre las faldas del fuego.
Estaba gloriosamente dibujando
una mano gigante que se contracturaba de a poco;
y me hacía escupir desvelos retorcidos.

Retorcidos como las carnes del cordero
que ofreció su sangre para alimentar el mundo,
el mundo de sus propios torturadores,
a los que amó tanto pero sin poder saberlo.

No sé por qué me perdía entre las oleadas caídas del sueño,
me parece haber estado vagando en un túnel
con tantos espejos que ya no los cuento.

Siento las rodillas celosamente mullidas;
y cada vez que las flecto,
hasta las miseras ratas deben socorrer
mis intangibles dolores de orgullo.

¿Será que ayer rebocé de confianza,
que de un pestañeo perdieron mis ojos el cielo,
que se prendieron las puertas y ventanas que blandía el silencio,
o es una fractura de espanto que me hace llorar de miedo?