jueves, 30 de agosto de 2007

Las fracciones de sus gestos

Ya no era el mismo de antes,
se había deformado por el miedo que le tenía a los espejos.
Dormía intranquilo porque era una pérdida de tiempo
y se levantaba descubriendo el universo.

Sus últimas palabras eran números disfrazados
y gramaticalmente perfectos.
Me contaba sobre la proporcionalidad de sus defectos.
Los había guardado en una probeta
para estudiarlos en esos días de neblina.

Estaba horas encerrado desarmando los compuestos.
Había descubierto elementos intangibles que resonaban en el aire;
y cuando cerraba los ojos
podía volar entre sus puntos paralelos.

Me pregunto
¿Por qué sonreía cuando estábamos en silencio?
Le daban asco los cuadrados
y borraba números impares.


Los cubos eran sus únicos juguetes,
decía que podía entender a Dios con ellos.

Me explicó con alevosía las mentiras de la ciencia;
y me enseñó que mis ideas nunca fueron mías,
pero lloraba de alegría
cuando asombrado lo llevaba a la pizarra.

Ahora debe caminar un poco ciego,
descubriendo y descubriendo lo que ayer negaba.

Debe estar en un baño de reflejos,
con las constantes numéricas
que le dejaban sin aliento.

Y todavía me pregunto
¿Dónde estarán ahora sus teselados ojos de fuego?

domingo, 26 de agosto de 2007

Una pincelada por el ayer..

Esa noche mientras yo callaba,
ella estaba con ella y
se había retratado en una puerta.
Un regalo de su espera, una bofetada a medias.

Yacía ahí en sus más grandes facetas.
A veces resoplando mariposas
colmada de pájaros enredados en su pelo
y en otras se ocultaba desconfiada.

Es tiempo el tiempo de la nada.
Las líneas se peleaban celosas unas contra otras.
Ella arrodillada, manos, puerta y bocas.

Esa noche de cinco minutos de mirarla,
y menos mal que escribo en pasado,
porque aún estoy midiendo sus arranques
mientras ya no queda instinto de correr,
cuando sin notarlo ya se han ido quince años..
Así mientras lo leo más pronto será pasado...

Conversaré de mis silencios con la puerta,
ella querrá destruir el mundo con susurros,
volveremos a los paseos moribundos por el patio,
teniendo como siempre nuestros ojos bien cerrados.
Y siempre y como siempre,
yo me quedaré callado, muy callado.

domingo, 19 de agosto de 2007

El último nacimiento

Y entonces se abrió la tierra;
y jugando con piedras enormes
Dios movió a los hombres.

Y las montañas escupieron sangre.
Sobre un altar de hielo
se posó el primer sacerdote.

Arriba en el Intiwatana,
el sol esculpió el presente.
Los sabios se aferraron a las rocas más puras,
el esclavo fue prolijo en encajar su trabajo.

Se alzaron los muros con cada suspiro del primero,
rebotó el relámpago de casa en casa y de templo en templo,
ya antes de morir, le dieron espacio a sus muertos.

Brotó la comida de mano en mano
y de llama en llama.

Los tres mundos se devoraron lentamente,
un cóndor cruzó el cielo vigilando la muerte,
el rugido de un puma ensordeció a los intrusos.

Y entonces,
sólo en ese instante
la Pacha-Mama pudo parir Machu-Pichu..

viernes, 10 de agosto de 2007

Cateos de vino amargo

¿Por qué callabas tus golpes matemáticos contra el silencio?
¿Por qué gritaste debajo de mi cama durante tanto tiempo?

Cuéntame abuelo,
supe de esos tiempos donde no podías levantar las manos
y te sentabas asustado frente al espejo camuflando tus heridas.
Oí que te aterraba mirar al lado
y el pasado de pronto
se hacia más y más pasado.

Háblame a mí de tus saltos aguerridos
y tus dedos empuñados.
Fueron años de duro convencimiento,
en los que una lágrima no podía contra el miedo
y no quedaban sueños en las manos.

Supe que el fuego prendía los campos desde el cielo,
supe que tu corrías buscando un descanso.
Un alto al fuego, con o sin remedio.

Quisiera escuchar de nuevo algunos cuentos,
el de los extraños animales que vivían de lo justo.
Escuchar tus dialécticos razonamientos
y despedirte con un buen discurso
materializando el resto.

Por último que el espíritu se lo quede Dios;
y que el resto me lo dejes reciclado.
He tosido aún tan poco por tus libros,
que todavía me siento algo enfermo y enajenado.

Cuéntame abuelo,
supe de los días en que no podías levantar los brazos
y practicabas ejercicios de lisiado.
Cuéntame de las horas
que pasaste descifrando mensajes en tu armario
y de los árboles que aún resisten en el patio.

Cuéntame antes de que caiga preso de mis miedos
y transforme en demagogia tu disgusto.

Es que si ya pasaron los días de titubeo frente al pueblo,
cuéntame de los golpes cuando estabas comenzando;
y déjame, déjame el final para yo poder contarlo.

martes, 7 de agosto de 2007

La vieja de los Botones

No suficientes para sobrevivir, sino millares de formas y colores que flotaban en diferentes épocas y dejaban testimonio de miles de trajes, que en algún momento fueron relucientes joyas adornadas. Habían ahí para todas las clases; y unos sobre otros yacián mezclados, pues no se daba el tiempo de ordenarlos. Hacían que cualquiera de mis búsquedas se extendiera por la historia.

La Vieja de los Botones no tenía más que pequeños recuerdos agujeríados por dos o cuatro punzadas de largos años, con el color desprendido por el tiempo y por la ausencia de utilidad. Yo no sé, yo no quiero presumir si me refiero al tema, yo a penas podía encontrar uno, entre los miles de los que se burlaban de mí con la discriminación de sus formas y no puedo si quiera acercarme a cuantos eran. Pero habían tantos tamaños, formas y colores, que fácilmente ese era un cielo sin poder contener a sus estrellas.
Ostras gigantes, que sólo con ser alzadas podían tapar el sol, comunes como los que portaba la gente que transcurría por la feria; y pequeños, tan pequeños que aquel que encontrase el par, encontraría con él su alma gemela. Unos que relucían con un brillo cautivante. Debo decir que la vieja no se daba cuenta de cuanta fortuna tenía en sus botones, pues muchos de ellos, de estar bien pulidos pasarían por reliquias de alguna excavación anónima. Estaban algunos surcados por grietas diversas, cuidadosas esculturas de madera, que se plasmaban en una circunferencia eternamente cíclica, plástico, plástico para reciclar el mundo por si hacia falta; y metal, para asegurar una férrea vida de seguridad y una pulcra virginidad.
Detrás de todos los que se exhibían y muy por sobre ellos. La vieja tenía guardados dos botones, que no alcanzo a describir con simples palabras hechas para un botón. Su origen era tan mítico y tan importante como su trascendencia. Se los había heredado una difunta señora de clase refinada, que había sido portadora de una gran fortuna, la que conversaba con ellos mientras los giraba. La habían internado por carencia de cordura. Sin tener descendimiento de sus posesiones materiales y quitándoles la valía que tenían (poco antes de que los curas la despojaran de toda joya y propiedad), arrancó esas dos rosas doradas, bañadas en perlas de su abrigo más preciado y se los entregó a la Vieja de los Botones, que sin mayor interés una que otra vez había pasado a visitarla.
La vieja solía pasar hambre, los mal agradecidos botones no le sustentaban la mesa. Pero dentro de lo más profundo de su costurero, tenía dos joyas que no tenían valor como alimento, que merecían una estadía más sublime que ella misma, que como tesoro, no tenían precio alguno que pagase la clase de abrigo que debía portarlos.