Mi
padre era un niño, pero yo no pude conocerlo porque también era un niño
mientras él crecía. Mi madre una princesita que jugaba a las escondidas con ese
pequeñuelo; y en todos los rincones encontraba un frágil palacio de ilusiones.
A veces mi padre se enfadaba cuando mamá le quitaba una carta de las manos.
Nosotros llorábamos más fuerte que sus sueños y eso le resultaba intolerante. Poco
a poco él fue creciendo y dejando a un lado su afición por rayar las paredes,
pero seguía buscando amigos imaginarios en los teatros, inventaba papeles, no
de arroz, ni de hilo, sino de plumas y también con las alas de los pájaros que
recogía en sus recurrentes viajes por el mar. Yo pensaba en cómo contraerlo; mi
madre quería mutilarlo, pero con pataletas de cariño y, a veces, con
despechadas notas mal escritas. Muchas veces le vi gritando de olvido.
Enterraba en el patio los oscuros caminos de su alma; y sé que necesitaremos
muchos túneles apagados para descubrirlos. Ahora estoy conversando desde lejos
y me es tan simple reconocer el espacio bajo mi cama, que logro distinguirlo
feliz dentro de un viejo apartamento, quizás estuvo encerrándose ahí durante
toda mi infancia, pero, al menos, nunca me faltaron palabras para nombrarlo.
3 comentarios:
Me parece bueno tu escrito: tiene fluidez y buen manejo de la descripción. Es una narración, pero faltan ciertos elementos para considerarlo como un cuento. Escribes bien, sigue así.
Saludos.
Realmente hermosa tu reflexiòn , te felicito , eres fuera de serie, eres un niño tocado por algo muy especial, que te hace diferente a los seres humanos.
No uso dardos, menos afilado, menos aún contra un poeta. Tu palabra es potente, bella a veces,jóven y amplia. Muy amplia, demasiado amplia (una libertad estraña parpadea entre los versos). Me calma el final, me sosiego entre las palabras que nunca te faltan para nombrarlo, para nombrar. Gracias.
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